Nuestra historia

Este viaje hacia el café de especialidad no fue una simple elección; fue una convergencia de amor, familia y profundo orgullo patrio.

Un cafecito es lo que nos recuerda a nuestros familiares; el ritual de la mañana para nuestros padres, el pasatiempo de la tarde, el recuerdo de una cafetera siempre lista.

Necesitábamos un cafezaso para tener una excusa para nuestra primera cita, curiosamente se transformó en la chispa que encendió nuestra historia. En aquel encuentro, el verdadero flechazo no solo fue entre nosotros, sino con el universo de complejidad que había en una taza. Inmediatamente, descubrimos que el aroma del café nos enamora de una manera única, un perfume que se convirtió en nuestro sello de pareja.

Durante y poco después de la pandemia, empezamos a experimentar en el mundo del café de especialidad y fue ahí donde nuestro propósito se definió: poner en alto el origen de nuestra tierra. Para nosotros, el café Salvadoreño es un motivo de orgullo innegociable. No es solo un producto, es la tradición, la altura y el esfuerzo del trabajo en nuestro país. De manera natural, la gente nos empezó a buscar por el café (ya sea para una recomendación o una cafecito en casa) y nosotros, con la frente en alto, orgullosamente siempre decimos que el mejor café es el salvadoreño.

Esta pasión compartida creció tanto que, literalmente, la gente nos empezó a decir que siempre olíamos rico a café. Nos reíamos, pero era cierto: el aroma a tueste fresco y recién molido nos seguía a todas partes.

Así, lo que empezó como una excusa romántica se ha convertido en una misión aromática: compartir la riqueza del grano de El Salvador, llevando el amor de nuestra familia y el perfume de nuestra pasión a cada taza.